Siempre he sabido que vivo en una ciudad hermosamente grande pero, ¿tan grande?…
Todos los días amanezco en ella, transito en ella, me desplazo de un lado a otro en ella. Y si bien sé que puedo demorar hasta una hora para ir de un lado a otro, pocas veces me detengo a observarla, sentirla, admirarla y reconocer su verdadera inmensidad.
Este lunes tuve la fortuna de poder disfrutar de un pedacito de mi ciudad. Una ciudad hermosamente inmensa, pluricultural, incluyente y preciosa en todo sentido. Los niños habían regresado a clases y el centro de la ciudad a medio día se sentía esplendido. Eramos pocas personas las que caminábamos las calles de la ciudad, el sol era delicioso y pude sentir mi ciudad.
Comencé el recorrido visitando nuevamente el Palacio de Bellas Artes para checar la cartelera y quizá en los próximos días poder disfrutar de alguna presentación. De ahí crucé hacia la Torre Latinoamericana, subí al piso 42 y pude observar la grandeza y el sin fin de la ciudad. Continúe por la ya tradicional y ahora peatonal calle Francisco I. Madero o como le decimos los chilangos “Madero”. Miré cada detalle, cada construcción y aproveché para visitar el Palacio de Iturbide que presenta la exposición “El retorno de la Serpiente” de Mathias Goeritz. El palacio es hermoso y la exposición es entorno al concepto de arquitectura emocional. Después llegué al Gran Hotel Ciudad de México, me encanta ir ahí, relajarme y tomar algo en su terraza pero no en horas picos, no en horas infernales; me gusta en días tranquilos, días como el lunes pasado.